9 BUQUES ESPAÑOLES CONTRA 31 HOLANDESES: LA BATALLA NAVAL DE GIBRALTAR.
«La mañana del 10 de Agosto de 1621, festividad de San Lorenzo y día de suerte proverbial para los españoles, pues en tal fecha se ganó la decisiva victoria de San Quintín, que el Escorial conmemora, se divisó al enemigo.
Éste llegaba en dos grupos: uno de 24 buques en formación y otro, más separado y de unos siete. Ambos se hallaban a barlovento de los españoles, por lo que tenían la ventaja del viento. La escolta del convoy unos doce buques entre los que destacaban dos por su potencia y tamaño, formó en media luna para abrir paso a los mercantes, armados suficientemente para el combate, pero a los que no se debía exponer por su preciada carga a no ser en caso de absoluta necesidad. Pero no parecía que aquellos nueve buques españoles fueran a suponer un gran obstáculo.
La verdad es que Don Fadrique Álvarez de Toledo (mi pariente) no podía esperar mucho de su reducida fuerza: los dos pataches sólo con muy buena voluntad, pericia y valor de sus comandantes podían tener algún valor en el combate, y los seis galeones eran buques medianos en todos los aspectos, equiparables poco más o menos a cada uno de los doce de la escolta holandesa. Como se ha dicho, la única baza realmente importante era la propia capitana, el gran "Santa Teresa", un buque mucho mayor y más potente que todos los presentes de ambos bandos.
Ante todos esto, sólo cabía una opción, y Don Fadrique no dudó un momento en tomarla: ganado el barlovento a los enemigos, menos ágiles por ir en formación cerrada, la capitana española se metería entre ellos, rompiendo el dispositivo, mientras que sus cañones, mosquetes y arcabuces tronaban en todas direcciones, acribillando a los buques enemigos. El resto de la escuadra, siguiendo al insignia, debía aprovechar la confusión y el impacto de la carga de la capitana para atacar a los buques ya desbaratados por ésta, con "pena de la vida" al comandante que no se decidiera a abordar a un holandés.
Y así se hizo: la "Santa Teresa" hizo primero un disparo de advertencia sin bala, ordenando al enemigo que amainara y se entregara, respondiendo pronto con un cañonazo con bala de una de las dos capitanas enemigas, declarando así que se aceptaba el combate. El buque holandés hizo una descarga a media distancia de cañones y mosquetes, pero Don Fadrique retuvo la de su buque hasta hallarse casi borda contra borda con el enemigo, para que se aprovechase hasta el último proyectil y éste tuviese la máxima energía. La andanada española "fue cosa espantosa a dicho de cuantos lo vieron desde tierra y mar", consiguiendo incendiar las mesas de guarnición del holandés y causándole tales destrozos y bajas que éste se separó inmediatamente, batiéndose en retirada.
Desentendiéndose de un enemigo ya batido, aunque todavía no vencido del todo, y esperando que se ocuparan de él los otros buques españoles, la capitana española se metió por medio de la formación enemiga, haciendo fuego en todas direcciones y con gran rapidez y puntería y recibiendo por su parte las numerosas descargas del enemigo. El galeón del almirante Mújica, que seguía las aguas de la capitana abordó y poco tardó en rendir a un holandés, mientras que el "Santa Ana", al mando de Don Carlos Ibarra, hizo lo propio con otro. Incluso uno de los pequeños pataches, el mandado por el capitán Don Domingo de Hoyos, se atrevió a abordar un buque enemigo, algo en extremo temerario, dada la desigualdad de fuerzas.
A todo esto, la capitana de Don Fadrique había conseguido atravesar por entero la formación enemiga, y virando de nuevo hacia el convoy, se lanzó contra dos buques holandeses, no tardando en desaparejar y rendir a uno de ellos, mientras lograba incendiar al segundo. Pero el fuego no tardó en extenderse a la "Santa Teresa", y Don Fadrique ordenó desaferrarse para apagarlo y volver al abordaje por la banda de barlovento, para no temer de nuevo la propagación.
La capitana española había sido el blanco de toda al escuadra holandesa, y pese a su tamaño y fortaleza, la acumulación de impactos se hizo notar, cayendo sobre el palo mayor. Pesa a ello, aún pudo acabar con el incendiado, pero ya poco más pudo hacer por la falta de velamen. Faltos de su jefe y de su principal buque, los españoles no pudieron hacer mucho más, mientras el atribulado enemigo buscaba la huida, cesando el combate hacia las tres de la tarde.
El balance no podía ser más favorable, pues se habían hundido o quemado cinco buques enemigos y se habían apresado dos más, mientras que los españoles, aparte de las obvias averías y bajas, no perdieron ninguno y con mucho el más dañado fue la combativa capitana, capaz aún de seguir luchando si la pérdida de su aparejo no la hubiera condenado a la inacción.
Pese a todo lo conseguido: que nueve buques ataquen a treinta y uno y hundan o apresen siete, algo que parecería de fábula de no estar bien avalado documentalmente y por numerosos testigos, Don Fadrique no cesaba de lamentar la pérdida de su arboladura, pues, a poder moverse, hubiera "peleado con ellos hasta que le acabaran o acabarlos" según sus propias palabras. Su Majestad Felipe IV "se dio por muy satisfecho", otorgando a Don Fadrique el grado de "capitán general de la gente de guerra del reino de Portugal".
Además de esto, y para conmemorar el combate, encargó al gran pintor de marinas Don Enrique Jacome y Brocas, gaditano, una serie de óleos que reprodujesen las distintas fases del combate, el primero de los cuales se conserva actualmente en el Museo Naval de Madrid».
Texto extractado de "Victorias por mar de los españoles. El estrecho de Gibraltar en 1621", pág. 124, 125, 126 y 127.